De filósofos y locos, todos tenemos un poco

Algunas personas de mi entorno solían decirme que cuidara mi lenguaje, que pensara lo que decía, porque no siempre daba la sensación de tener los mejores sentimientos hacia ellos. Aún hoy me lo recuerdan pero ya no todos los días.
Por esta razón es que se me ocurre cierta reflexión.
A quien la naturaleza y su propia formación intelectual han dotado de la facilidad para trasmitir un mensaje a través del lenguaje ya sea en forma oral o escrita, generalmente no es consciente que puede seducir a su interlocutor o lector.
Claro que, como en toda regla existe la excepción, en este caso se abre un abanico de opciones que puede ir desde la motivación emocional para atraer al otro y así satisfacer nuestros sentimientos más puros, hasta el patológico que busca destrozar emocional y sicológicamente a su(s) semejante(s).
Escriben no solo los poetas y los periodistas, escriben los amantes, los filósofos, los letrados y hasta aquellos que recién se inician en este instrumento de comunicación.
La palabra como dicen, si bien tiene poder en sí misma, debe necesariamente contar con otras que la acompañen para formar la oración y con ella la idea que queremos trasmitir. Igual que los seres humanos, en soledad difícilmente podamos reproducir con éxito nuestros actos e ideas, y por ello requerimos de los demás en la misma sintonía para lograr que nuestra vida tenga sentido.
Escribir o hablar sin embargo, a veces se torna un privilegio que pocos gozan, no solamente en el sentido del disfrute, sino además de la oportunidad de contar con los medios adecuados y el entorno conveniente para hacerlo.
Ello deriva en la posibilidad de provocar un intercambio intelectual que nos permite crecer personalmente, sentirnos bien o todo lo contrario.
Nos provoca por tanto sentimientos que van desde el amor, placer, satisfacción, compasión, hasta odio, ira y dolor.
Difícilmente en el presente sean más los que dedican su tiempo a leer poemas o historias de amor que mirar, leer y prestar atención a todo aquello que ha generado algún escándalo.
Sin embargo más allá de esto, existe otra cara del presente donde las emociones ganan.
Por citar algunos ejemplos, cuando escuchamos alguna canción que nos describe el misterio del romanticismo, nuestra propia imagen en soledad, o cualquier objeto o imagen que nos provoque satisfacción positiva.
Lo negativo es cuando uno mismo o el otro, hace terapia –sin recurrir a un profesional- y se transforma en un adicto del pesimismo, asumiendo una conducta que nos o los lleva a emitir mensajes únicamente sustentados en aquellos aspectos que sicológicamente han afectado nuestra personalidad.
Esta conducta a veces -me da la sensación en algunos casos que conozco-, que auto-generan satisfacción a través de las propias frustraciones, ya que cuando recibo el mensaje no hacen más que provocar en mi una la sensación de rechazo, por cuanto las palabras expresadas en forma oral o escrita se transforman en pestilentes oraciones.
Por eso antes de hablar o escribir, desde hace ya largos años, he optado por hacer una pausa y no dejar que cual torrente las ideas salgan, se transformen en palabras y se precipiten violentamente contra el otro. Si el receptor soy yo, y se viene la cascada nauseabunda tengo presente esa frase anónima que dice “no ofende quien quiere sino quien puede”, porque quien cree que puede generalmente no me conoce y no asume su ignorancia.
Más allá de todo, esta página se la dedico a mis amigos,…y a los otros también.