¿De qué estamos hablando?

Entre las formas de comunicación de este tiempo nos encontramos con la simplificación en la difusión de los hechos a través de un pretendido lenguaje llano, con mensajes de impacto, una insistente necesidad de esculpir la realidad para que se vea lo que se cree que existe y no el todo, formando un complejo contubernio en desmedro de acercarse a la realidad. Y tomo en cuenta, por si acaso algún alucinado lee este escrito, a todas las formas existentes hoy para la comunicación.
La subjetividad supera al interés común y todo para que alguien sea protagonista.
Se puede decir que siempre fue así. Pero como la memoria es corta digo que no.
Hasta hace algunas décadas atrás, la honestidad intelectual, la probidad, la ética, eran aspectos centrales en el actor social o político, cualidades para nada menores al momento de evaluar al hombre o la mujer con cierta exposición pública, que a su vez derivan en el reconocimiento o no de sus congéneres.
Los tiempos de campañas electorales suelen darle a los ciudadanos cada vez menos espacio para la discusión amplia de los temas que le interesan, es más parece que lo único válido es el resultado, sin importar el procedimiento. Es decir satisfacer la necesidad del yo, sin que demasiado importe el nosotros, al menos esto para algunos.
El individualismo manda, el narcisismo campea, y algunos se apropian del sufrimiento del mas débil, aparentan hacerlo carne, vendiendo un boleto a la ilusión de quien no puede discernir -por falta de oportunidades- entre la caricia imaginaria y la mano franca.
Como estamos en medio de una campaña electoral es evidente que algunos deberían apelar a la pausa, para no seguir subestimando la inteligencia de sus congéneres.
En conjunto, somos hijos de una realidad que, producto de nuestra acción y aún -tal vez más- de nuestra omisión, nos muestra tal cual somos como sociedad.
Por eso tiene valor el tiempo que uno pueda dedicarle a la reflexión, tiempo para encontrarse como se dice con uno mismo, y tiempo para encontrarnos con los demás.
Para debatir -sin prejuicios- nuestras ideas con los otros, porque evidentemente no somos todos iguales, algunos valoramos la honestidad como un bien que no se comercializa, porque no tiene precio.