Cuando un burro habla, el otro duerme

No existe diálogo, no existe debate, solamente se escuchan verdades a medias de actores sociales, políticos o culturales que supuestamente tienen la capacidad intelectual en grado superior al resto de sus semejantes como para ser tomados como referentes.
De allí en más todo lo dicho se transforma en una verdad absoluta y pocos son los que la cuestionan para transformarla en relativa. Y pocos son los que cuentan con medios adecuados para comparar ideas.
Es innegable el esfuerzo superior al normal que debemos realizar en la actualidad, todos aquellos a quienes nos interesa encontrar el porqué en cada uno de los acontecimientos que marcan la comunidad en la cual nos encontramos insertos.
Resulta por demás repugnante en una sociedad hipotéticamente civilizada, que las diferencias de visiones y la solución a los problemas no se logren por la vía de la confrontación de ideas sino por el contrario impera el enfrentamiento de visiones con síntomas autistas.
Nos estamos transformando en una sociedad que al igual que el adicto niega los verdaderos problemas que tiene y por el contrario se encierra en sus propias fantasías para reforzar su idea que todo tiene que ir por el camino que se imagina.
En este contexto, asistimos casi sin darnos cuenta (y siendo permisivos) a una especie de Inquisición posmoderna, en la cual muchos seguramente se exponen al dar su opinión a riesgo de ser estigmatizados por la ideología política o religiosa que profesa, ó simplemente por decir lo que piensa.
La crisis que nos afecta no es económica o financiera, es de personalidad. No sabemos cómo conducirnos civilizadamente en un contexto notoriamente favorable si lo comparamos con el pasado y no tomo en cuenta solamente el aspecto económico sino además el desarrollo tecnológico, científico y cultural.
Así afloran todas nuestras debilidades: sentir el sabor del poder, en todos los ámbitos, el poder decir y hacer lo que a mí y mi entorno le conviene, y el poder de destruir, denostar y contradecir a quienes no comulgan conmigo.
Así estamos, presos de nuestras debilidades, sin ser lo suficientemente capaces de darnos cuenta que el avance de la sociedad requiere del debate de ideas y proyectos aunque éstos sean opuestos, pero en definitiva se necesita dialogar y debatir.
Piense quien lea estas líneas si en el ambiente en el que se mueve no está sucediendo algo parecido a lo que he intentado relatar, consciente de mis carencias entiendo por lo que veo y escucho que nos está faltando dialogar y ser más flexibles para lograr acuerdos que nos permitan realmente construir algo mejor a lo que tenemos.
En nuestra casa, nuestro barrio, en nuestro entorno, en definitiva en todo lo que nos incumbe y hasta en aquello que creemos que no.